lunes, 10 de agosto de 2009

COMPLEJIDAD HUMANA: ADAPTACION

A pesar de ser instruido durante toda mi vida bajo doctrinas esotéricas, llegando incluso, a conocer las raíces culturales derivadas de la filosofía, la religión y el arte, superando por completo las enseñanzas y tradiciones de las sociedades secretas, tengo que admitir que la complejidad humana siempre ha resultado ser como una especie de enigma para mí: fascinante y a la vez complicada. Lo fascinante radica en lo inestable que puede ser, y la complicación resulta de lo impredecible que se puede llegar a ser bajo un sin número de circunstancias escénicas. ¿Qué es lo que impulsa a la gente a comportarse de una u otra forma en las diferentes circunstancias de su vida diaria? Un día sonreímos y al otro maldecimos. Un día creemos haber encontrado a alguien especial y de repente, por no recibir repuestas, desechamos la idea, sin percatarse, a veces, que más que una indecisión, es cuestión de percepción. A veces solemos molestarnos por no escuchar un “Discúlpame”, pero ¿Qué relevancia tendría esto si al final se conocen bien las intenciones? He conocido personas que muestran afecto o respeto, aun sin conocer rasgos físicos de otra persona, no recibiendo la misma acción por parte del individuo en cuestión, y es que la complejidad humana sobrepasa todo entendimiento originado por las neuronas. Alguien hablaba, o, mejor dicho, cuestionaba acerca de la acción de "Fingir para impresionar”, aun cuando esto supone ir en contra de nuestros propios gustos y patrones determinados de conducta, haciendo hincapié no en la mera acción del comportamiento, si no, haciendo alusión a las razones que conllevan al individuo a tal acción. No es que "Los patrones personales están constituidos a base de complacencia", es que todos, en algún momento de nuestra vida, sin excepción alguna, hemos tenido que jugar a ser personas diferentes, ya sea para impresionar o ganarse a alguien. Es como una especia de sufismo, como si se pretendiera primero, tomar el camino que purifica el espacio donde se concentra el espíritu humano interno, y luego, aventurarse a lo que se puede lograr una vez que este realizada la jugada inicial. Es cierto que a veces, solo se engaña uno mismo, pero de no ser así, ¿Cómo llegar a satisfacer la ansiedad de convertirse en espía de un circulo diferente al nuestro?, cuestionaba la misma persona. Sin lugar a dudas, que no sería posible de no ser por la acción de fingir gestos y gustos determinados. A veces no es cuestión de fingir ciertas acciones, más bien, se trata de adaptarse a determinadas circunstancias. Es posible que a una persona le cueste mucho manifestar un sentimiento de afecto o cariño, ya sea por factores familiares o sociales. De repente conoce a otra persona que demanda los afectos propios de una relación de pareja, y entonces se empieza a pretender demostrar que se puede expresar el cariño a través de ciertas acciones que irían desapareciendo a medida que la confianza se afianza en el noviazgo. Lo que trato de expresar es que, a veces no es cuestión de fingir, sino de adaptarse al medio que nos rodea en un determinado momento, aunque se piense lo contrario. No estoy de acuerdo con la idea de que “la capacidad extraordinaria que tenemos para adaptarnos a lugares, situaciones y circunstancias nos hacen colapsar cuando nos llevan al extremo, o cuando nos sacan de nuestro ambiente”, porque al final de una u otra manera, siempre terminaremos interactuando fuera de nuestro circulo, tratando más bien de adaptarnos a los gustos ajenos, mas no fingiendo.

lunes, 3 de agosto de 2009

UNA TAZA DE CAFE A LA MEDIA NOCHE

Al final, después de unos largos e interminables minutos, en busca de una excusa, decidí hacer como una especia de acto de aparición sorpresa en aquel lugar mágico. Como si pareciera un deseo concedido por un hada a la media noche. Pero lo cierto es, y haciendo honor a la verdad, que no la necesitaba, porque de repente, a veces, solo basta con querer hacer algo y del resto se encargan las casualidades de la vida. De repente estábamos ahí, frente a frente, sentados en la sala en la pequeña mesa de cristal, contando historias, anécdotas de nuestras vidas, como si quisiéramos enviar códigos, mensajes a medias, patrones de conductas, gustos y creencias disfrazadas de cuentos de hadas. Mientras me hablaba no pude evitar perder mi mirada en su rostro, observar lo hermoso que se veían esos ojos vivarachos, inquietos y veloces, que se movían de un lado a otro, provocando en mí el más intenso y apasionado de los morbos. Estábamos tan cerca el uno del otro que sentí como su respiración acariciaba mi rostro, mis labios, humedeciendo por completo mi boca, mis deseos, mis pasiones. En aquel recorrido visual me detuve en sus labios carnosos sin poder evitar fantasear con perderme en ellos tan solo por un instante. De repente, mientras escuchaba sus palabras, volví al pasado, a los días de la efímera felicidad, de risas y de alegrías fugaces. No es que de repente vi pasar toda mi vida delante de mí, como me ha sucedido en otras ocasiones, pero si pude contemplar y detenerme en los momentos felices que en uno u otro momento han protagonizado ciertas escenas de mi corta vida, como si alguien superior a los humanos me estuviera enseñando la valiosa lección de no dejar que los miedos y los fantasmas ocultos del pasado sobrepasen las ganas de seguir adelante. Mientras fantaseaba con su pelo, con su nariz, olvidando por completo la realidad en la que estaba, escuche su voz, como si se tratara de un eco que va perdiendo fuerzas a medida que se desvanece en el vacío: “¿Lo prefieres frío o caliente? ¿Una o dos cucharadas de azúcar?”, me dijo, mientras tomaba la cafetera en la mano. Me quede frisado y mi reacción por poco y me delataba y es que no soy amante a la cafeína ni mucho menos, pero por un instante había olvidado que precisamente esa había sido la excusa inventada que justificaba mi presencia en ese lugar y en ese momento maravilloso. Y lo cierto es que, al ver como su boca se ligaba con aquella taza llegue a sentir envidia, envidia de aquella taza que se frotaba con sus labios, con su aliento, con lo dulce de su paladar, envidia de aquella escena que recordare durante toda mi vida, cuando a media noche, deguste “Las mejor taza de café que he bebido en toda mi vida”.