Aunque el autoanálisis no es una de mis terapias favoritas, finalmente derrotado,
tuve que recurrir a ella. Abatido por los sin sabores de la vida, sumergido en
sus largas sesiones de sermones, donde la conciencia se cree la dueña de cada
parte de mi ser y me obliga contra mi propia voluntad a obedecerle sin tener
ninguna opción, ningún camino. Después de haberle jurado lealtad absoluta,
humillado como un simple esclavo, tan solo por escuchar sus sabios consejos,
buscando una salida a todo, como si mi vida dependiera de un frágil y delgado
hilo, me dijo un extraordinario secreto: la
clave para el olvido. Al escuchar sus sabias palabras, como si se tratara
de la eterna cura a todo mal que se le infringe al corazón, me di cuenta que no
eras tú, sino yo. Que nunca dependió de ti, sino de mí. Que siempre estuvo ahí
frente a mis ojos, y que solo se necesitaba valor para afrontarlo. Y hoy,
después de tanto tiempo a tu lado, después de haber recorrido fielmente tu
camino y no el mío, de pensar en ti más que en mí, de defender tus ideales
olvidando los míos, he decidido perdonarme y darme una oportunidad. Perdonarme
por haber gastado mi vida en ti, por haberme dedicado a tiempo completo a tus
caprichos y desvaríos. Perdonarme por haber cometido el pecado imperdonable al
creer que serias un ser eterno en mi vida. Por haberte llevado a lo más alto
jugando a ser Dios, creyendo que todo lo podía, que todo lo obtendría, tan solo
por complacer tus deseos, tus caprichos, tus órdenes. Perdonarme por creer que
siempre seriamos uno, en propósito, en pensamiento, en la vida. Perdonarme por
las infinitas veces que jugaste con mis sueños, con mis ideas. Por la mil y una
vez que llore, cuando intente buscarte entre los sonidos del viento cuando la
noche llegaba a su clímax en los días del cálido otoño. Afanado tras de un
susurro que solía venir a mí en mis sueños y en mis delirios, donde te buscaba
insaciablemente, acariciando mi almohada creyendo que eras tú, que estabas ahí,
que velabas mis sueños y me cuidabas de los temibles “Ardillotrodos” y de los
implacables elfos que vigilaban nuestra cama, nuestro sueño, nuestro mundo,
para devorarnos con ansias. Perdonarme por ser quien fui, porque, aunque nunca
me he arrepentido de mis acciones, maldigo ante los dioses el día que te
entregue mi alma, que te di mi ser, que nos unimos en un mismo cuerpo, que
suspiramos el mismo aliento. Perdonarme por los años que se han ido, aquellos
que no disfrute por pensar en ti primero, por creer que eras como el norte a
seguir en una aventura en lo más profundo del bosque, dejando atrás la vida que
pude haber tenido, dejando mis sueños y mis fantasías, sumergido en mi propia
calma, ahogándome entre tus mentiras y tus cuentos, creyendo que nuestro
castillo nunca se derrumbaría. Perdonarme por haber desafiado todo aquello que
no comprendía, ciego y callado ante tus aventuras y tus infidelidades. No porque
mi conciencia se halla cansado de verme abatido y vencido en las batallas
finales de nuestra vida juntos, sino por mí, por lo que soy, por lo que nunca
fui mientras estuve contigo. Hoy he decido perdonarme por no pensar en mí.
Darme una oportunidad porque soy joven, porque la vida me sonríe dejando su
silueta en mi ventana todas las mañanas, animándome a ser feliz, a perderme
entre los encantos del amanecer, invitándome a recorrer sus más finos destellos
de júbilo. Porque soy inteligente, porque desafíe a los dioses y me burle de
ellos, saliendo ileso de tal osadía. Porque el mismo Zeus quedo hechizado ante
mis palabras y mis gestos. Hoy, en este día, tus recuerdos se van con el viento
cálido de la noche, con mis últimas lágrimas, con mi último aliento,
esparciendo su rastro entre las nubes, hasta desaparecer en el cielo
estrellado. Porque ya no puedo guardar tu corazón en aquel lugar secreto donde
lo oculte, para que no te fueras nunca, para que no se lo entregaras a nadie,
donde ni siquiera los dioses lo sabían de su existencia. Porque ya no más,
porque quiero perdonarme y darme una oportunidad, es que le digo a dios a todos
tus recuerdos y a tu amor.