“Remordimientos de alma”. Quizás este sea el término que explique los cambios de personalidad que reflejan tristeza y angustia cuando se carece de una conciencia. El remordimiento del alma es un concepto más profundo. Sobrepasa la línea de lo racional y se convierte en un hecho o fenómeno inexplicable desde el punto de vista humano. Implica más que una conciencia afectada (si es que existe alguna conciencia). No es que se intente regresar al pasado en busca de una segunda oportunidad para remediar o evitar el hecho generador de tal estado de situación, sino que, es un estado caracterizado por la aceptación de las consecuencias que implicaron el haber actuado de tal o cual forma, y esto es lo que, desde mi punto de vista, lo hace ver como un hecho inexplicable. En un estado de remordimiento rutinario, las respuestas emocionales del cuerpo son producidos o emanados por un factor emocional llamado “conciencia”, pero, ¿Y si se carece de tal factor emocional? ¿Quién dicta las órdenes? En días pasados mi amigo FB por razones que no vienen al caso mencionar, se vio en la obligación de despedir a uno de sus empleados directos, acción que en un principio no resulto tan difícil para él, puesto que desde mi punto de vista es una persona que carece de conciencia. Al enterarse de las dificultades que este individuo paso producto del despido, mi amigo FB empezó a manifestar una serie de cambios emocionales que culminaron con la reposición del individuo a su anterior puesto de trabajo. El punto clave de la situación no lo constituyo la acción de reposición, sino, los cambios emocionales sufridos durante el proceso. Es por ello que digo que los remordimientos del alma son más profundos, son más complicados, más enigmáticos. Es un pesar cuyo origen no está en nuestra cabeza, sino en nuestro corazón. Es una aceptación de las consecuencias, sin que se quiera remediar el hecho. Es un padecimiento consiente, como si se tratara de una marca de nacimiento que se llevara durante toda nuestra existencia. Es un estado en el que no hay solución, o al menos no se contempla de manera consiente. Lo que me lleva a pensar que a veces es mejor tener conciencia, aunque no se quiera, porque al final, y solamente al final se afectara nuestra mente y no nuestro espíritu cuando se padezca de un remordimiento del alma.