La verdad es que no soy de esos tipos complicados que siempre llevan un manual sobre qué y cuándo comer. No por considerarme un chico glotón (esa es otra historia), sino porque me encanta comer y disfrutar de los exquisitos platos que ofrece nuestra gastronomía popular. Aunque no suelo complicarme a la hora de elegir un sitio o un plato, hoy me resulto un poco difícil la decisión, como cuando uno se levanta con el ruido del despertador, con los nervios de punta a las 7 de la mañana con un sueño terrible, ante la disyuntiva de: "me baño o no me baño", como "ser o no ser". Fue entonces cuando recordé las sabias palabras de un amigo: "Este es el siglo de las NO complicaciones" por lo que decidí salir a comer fuera de la oficina y así resolver de manera sencilla lo que en un principio aparentaba ser un enigma que me llevaría años en poder descifrar, como cuando por razones inexplicables me decidí buscar el secreto de la eterna felicidad. El sol brillaba de una manera muy diferente ese día, las palomas volaban de un árbol a otro con finas ramas de olivo en sus picos, se podía percibir un olor a frescura en el aire que solo el bosque propiciaba y entonces me topé con Alicia en aquel mundo de..........., Discúlpenme, creo que me perdí en la historia. Al salir de la oficina ya me había decidido mentalmente a almorzar con una batida de lechosa y un rico sándwich de pierna de esos que venden en "Buen placer", entonces me topé con ese lugar. Me sorprendí mucho al verlo de frente, porque, aunque suelo pasar por ahí todos los días no me había percatado de su existencia. No sé si fue el aroma, o el trato gentil y amable que supuse recibiría de una joven elegante que estaba parada en la puerta, lo que me motivo a entrar, como cuando tuve mi primera experiencia sexual y no sabía lo que hacía ni lo que podía hacer. Al entrar me pareció haber entrado a un universo paralelo a mi realidad. Gente elegante a mi alrededor, un rico aroma a vino que me volvió loco por completo (me encanta el buen vino), mesas decoradas al estilo Miguel Ángel y todo un repertorio de cuadros de Picasso. Me senté en una mesa frente a la calle, contemplando el diario vivir de la gente que cruzaba frente a mis ojos y una música de fondo que me remonto a los años de Mozart y su retórica para los amantes a la buena música, inspiración que resulto interrumpida por una voz suave y melodiosa: "Buon pomeriggio, signore. ¿Sono in grado di servire voi?". La verdad es que, aunque no se hablar italiano, logre descifrar por sus gestos y el menú que me colocaba encima de la mesa que ya era hora de terminar con el carma que había empezado en tempranas horas de la mañana. Me decidí por un plato conocido, para no cometer el error de pedir algo que al final no me puedo comer. Un rico plato de Raviolis con carne, panecillos al horno, una salsa desconocida, y una buena copa de vino blanco fue todo lo que necesite para darme cuenta que no se necesita ir a Italia para disfrutar de un buen almuerzo.