Dicen que los duendes son seres de luz, espíritus de la naturaleza, que aparecen para ayudar a las personas en el momento en que más lo necesitan. Que se acercan a los humanos para brindar su ayuda ante una crisis existencial, o como diría yo, ante los problemas inquietantes y profundos del alma. Que son criaturas diminutas, en todo el sentido de la palabra, aunque poseen un corazón y un alma grande como los gigantes. Que les gusta los lugares ordenados y limpios, aunque dicen que nadie es profeta en su propia tierra. Que aman la armonía y odian las peleas, hasta el grado de que siempre terminan cediendo ante las discusiones y las exigencias de los demás, con tal de evitar esas acaloradas situaciones que por lo general siempre terminan en disgustos y amargos momentos, aunque esto suponga sacrificarse y asumir el anegable y eterno sufrimiento. Que no dicen mentiras, que odian que les mientan, aunque a veces se les olvida y ellos mismos hacen uso de aquellas “mentiritas blancas” con el fin de escaparse y poder viajar desde su mundo mágico del bosque donde viven al mundo cruel de los mortales con los cuales finalmente se han encariñado. Que aman los dulces y los caramelos, aunque nunca se les ha visto comerlos, quizás por temor a convertirse en seres más amables de los que son, o a convertirse en turrones dulzones y empalagosos. Que aman y se desviven por el vino, y sí que les gusta el vino, sobre todo si lo disfrutan en buena compañía, con música agradable ante la luz de la luna y las estrellas, mientras filosofan sobre sus vivencias, sobre sus hazañas de vida y la forma en que el mundo les ha pagado a pesar de ser seres tan buenos y bondadosos, seres sufridos e incomprendidos que solo viven para hacer el bien y ayudar a los demás. Que no tienen sexo ni género, por lo que se les puede poner cualquier nombre, siempre y cuando ellos se sientan a gusto con el nombre que elijas. Que son criaturas agradecidas, muy agradecidas, aunque a veces se les olvida el esfuerzo que los humanos realizan para agradarles. Que son criaturas mágicas que si los atrapas te conceden deseos, siempre y cuando prometas dejarlos ir nuevamente cuando ellos lo deseen. Que poseen una gran olla de monedas de oro, la cual siempre mantienen de manera oculta, a la que solo ellos tienen acceso, la que cuidan con celos, con amor y vehemencia, por lo que siempre regresan al sitio donde la escondieron, en el lugar más remoto donde termina el arcoíris, a vigilar que ninguna hada o elfo del mundo mágico se tope con la misma y se las robe, aunque esto suponga su desdicha, la causa de su sufrimiento eterno, porque a pesar de que en sus pocas andanzas por la vida encuentren algunos humanos que les brinden cariño, ternura y amor y donde es posible que puedan quedarse, olvidarse del sufrimiento del pasado y empezar de nuevo, al final y siempre al final sus apariciones son y siempre serán, de manera fugaz.