lunes, 20 de julio de 2009

COMO UNA SOMBRA DE NUESTRA PROPIA SOMBRA

No soy de esos chicos que viven aferrados a circunstancias y motivos de la vida pasada, pero al igual que todo ser humano que vive sobre esta tierra, tengo mis demonios y las sombras que día tras día secuela mis trágicas parodias a las que a veces y solo a veces llamo vida. Aunque a veces las respuestas a las interrogantes que nos planteamos provienen de nuestro propio interior, jugando a creer que a veces las paredes y los susurros del viento, que todo lo observa, se deslizan por nuestro cuello y nos concede el don de poder descifrar hasta los más enigmáticos acertijos, termine ante su presencia, rompiendo las promesas que les hice a mis emociones, a mis principios, sin importar las promesas que me hice a mí mismo de no volver nunca en la vida a recurrir ante su rostro, para escuchar sus divinas palabras, para revelar ante él mis miedos ocultos, y terminar con las secuelas que se han venido repitiendo una y otra vez ante mis ojos, como una especie de Dejabu o sueño místico. “¿Qué es lo que te atormenta?” me dijo, invitándome a comenzar mi historia, como si supiera de antemano cada detalle, cada rasgo minucioso. Había algo en sus palabras que me atemorizaba, como si sintiera una amarga sensación de un presagio que abordaba mi mente por desobedecer las leyes sobrenaturales que rigen mis actos, los mismos que a veces me obligan a cumplir mis promesas, recordándome en todo momento las consecuencias desastrosas que provienen de intentar compartir mis secretos profundos, sin importar que se trate de alguien conocido como un Dios. Como cuando te pierdes y te ahogas en lo más profundo de una noche acalorada, pidiendo a voces que alguien te rescate, contemplando solamente los débiles sonidos que se van perdiendo en el mismo sueño. Había una corriente de aire tibia que circulaba por las cuatro paredes de la habitación, solidificando las gotas de sudor que colgaban en mi frente, amenazando con caer al vacío y delatar mi estado de nerviosismo, como si algo o alguien estuvieran presente, en espera de las revelaciones que permanecían ocultas en mi caja de pandora y que oído humano jamás han escuchado. Mientras le contaba mis miedos, mis sombras, me perdí en una mirada fija por la ventana, sin poder evitar navegar por unos segundos en el cielo que se revelaba ante mí. No había nubes, ni estrellas. La luna se ocultaba detrás de su silueta, de su sombra, de su pena. No había ruido, no escuche voces ni presiones esta vez, diferente a la última vez que recurrí a él en busca del significado de los tormentos que agobiaban mi mente, cuando se revelo ante mí como el Santo Oscuro. Al terminar de contar lo inmencionable, sentí que se formaba un nudo en mi garganta. No por haber desobedecido a los Dioses, al compartir con él los secretos que se perderían en mi mente con el olvido y el tiempo, si no, por ver su rostro, por contemplar su silencio, como quien medita y procesa todo para luego enunciar una ley que humano alguno no podría cumplir sin la ayuda de quienes dictan las reglar de la vida. “La felicidad, a veces, implica dejar atrás todo lo que nos hizo feliz en una etapa pasada. Ser feliz implica no ser cobarde y decir las cosas que se deben decir, sin importar que al colgar nos desvanezcamos en llanto y nos ahoguemos en el sufrimiento momentáneo. Ser feliz significa dejar los miedos del pasado y abrirse a nuevos retos, a nuevos miedos”, me dijo, como si se tratara de una regla de oro que tendría vigencia por los siglos de los siglos. Entonces y solo entonces, pude ver más allá de mis ojos y contemplar el secreto que permanecía oculto frente a mí, comprendiendo el significado de sus sabias palabras, y pude darme cuenta que el amor, el sentimiento y el miedo del pasado, no pueden convivir con nuestras emociones presentes, ni mucho menos ser sombras de nuestra propia sombra.