miércoles, 11 de marzo de 2009

CULPABLE POR UNA SIMPLE PREGUNTA

Nunca me hubiera imaginado que después de varios días seguidos la culpabilidad pudiera convertirse en algo eterno, algo sin fin. Pero lo cierto es que la última vez que hablamos note un tono de culpa tan grande en su voz que hasta a mí me hizo sentir culpable, tan solo por lo culpable que yo sabía que se había sentido en ese momento. Inocente e ingenuo (aunque ni yo mismo a veces me lo creo) como he sido en toda mi corta vida, decidí darle una sorpresa y llamar a su teléfono móvil el sábado pasado como a las 10 de la noche. Y créanme, realmente se sorprendió mucho al escucharme, hasta el grado de que sentí que la voz le salía a medias, como una voz entre cortada y con un tono grave y a la vez agudo, como cuando soplas un globo y empiezas a soltar el aire de golpe, como cuando pones una emisora vieja de esas de AM. Es más, llegue a pensar que su falta de ánimo para hablar y ejecutar las palabras se debía a que había sufrido de repente una parálisis bucal interna. Y no crean que soy tan dramático, esto le paso a un amigo mío una vez. Por un momento me asuste, debido a que ya han transcurrido dos años y medio desde que nos conocimos y empezamos a salir juntos, y la verdad es que nunca había notado que era una persona ligeramente gaga. Entre aire, globos, tonos graves y agudos, radios y emisora, lo cierto es que, aun no he podido entender el motivo por el cual reaccionó de esa manera, si lo único que hice fue hacerle una simple pregunta. Pequeña y simple y sin ninguna mala intención. Por su tono, noté que se encontraba en un estado de nerviosismo, el cual no quise discutir por teléfono. Es verdad, no recuerdo ningún gesto de presión en mi interrogante, aunque debo confesar que aprecio muchísimo su buena disposición al tratar de contestarme cuando hice la funesta llamada. En fin, no sé exactamente lo que me dijo, porque emitía unos sonidos muy raros. Algo así como monosílabos unidos por diminutas rayas fonéticas gramaticales que sonaban a un dialecto como: “Estoy dindi-vi-di-a”. No es que haya hecho un curso de lenguajes para descifrar códigos y sonetos extraños, pero me pareció, que, en su intento por contestar mi pregunta, quiso decir “donde mi tía”. Y todavía, al día de hoy, no entiendo a qué tía se refería, porque, aunque no se lo dije por teléfono en ese instante, era precisamente ahí donde estaba en el momento en que le hice la llamada. Me imagino que, al día siguiente, su amable y atenta tía, la cual aprecio bastamente, le dijo que yo había pasado por su casa en una visita fugaz, y me imagino también que debido a eso es que no me ha llamado aun, simplemente porque se me ocurrió preguntar, sutil y cariñosamente: “¿Dónde estás mi amor?”.

1 comentario:

DomConde dijo...

jajajajajaja mielda compai! eso si ta fuerte!! :P eso es como el ñato que le pregunta a un peaton: ñoñe e da a kañe oito? y el peaton no entiende. Y al lado hay un señor calaldo y le hace seña como colon, con el dedo. Y el ñato se va...luego de unos minutos el Peaton le pregunta al sr callado que que fue lo que dijo: y el señor le dice...ño ñose eee exe tiiplo cha omo ñloko :P ...PLOP!