viernes, 27 de febrero de 2009

UNA MENTIRA CON MUCHA SODA

Era de esperarse. Hacia tantos años que no nos veíamos (desde la secundaria) que la pregunta ni siquiera provoco en mi mayor sorpresa. Total, ya estoy acostumbrado. “¿No me digas que todavía no te has casado?”, me dijo con una expresión que combinaba sorpresa y una especie de asco que yo no atinaba a adivinar a que se debía. Me la encontré en el supermercado, específicamente en el pasillo donde están los refrescos. Recuerdo que llevaba un pote de cocoa, dos paquetes de platos desechables y un rollo de papel de aluminio en la canasta del supermercado. Creo que me vio de reojo mientras me acercaba a ella. Al acercarme vi que echaba en su canasta un pote de refresco de 2.5 litro. Después de un “¡hoolaa!” más ficticio que entusiasta, me miro de arriba abajo con la misma mirada “crítica y analítica” con que las personas de clase media miran a los pobres indulgentes que se les acercan a ellos para pedirle comida o algo de dinero. No sé si buscaba en mi algún rastro epidérmico o textil que le permitiera entender mi estado de soltería, pero lo cierto es que su escrutinio visual duro tantos segundos que llegue a sentirme visiblemente incómodo. Aunque yo apenas respondía con monosílabos, ente sus comentarios para no alargar la conversación, no dejo de hablar en ningún instante, ofreciéndome un ameno y completo repertorio sobre las ventajas ideológicas y socioculturales de estar casada con alguien. Fue entonces cuando respiro profundamente para instruirme en lo que ella entendía que era su regla de oro, mientras nos dirigíamos hacia la caja a pagar. “Mira yo”, me dijo, como si ella representara el mejor ejemplo de candidata para compañera de vida. “Es verdad que mi último esposo no me salió tan bueno que digamos. Nos separamos casi de una vez. Pero no me arrepiento. La mujer debe tener a alguien para, al menos poder decir: estuve casada”. Sus sapientísimas palabras me dejaron frisado, y una voz interior me dijo: “¡Habla Daniel!”. Yo habría querido permanecer callado, pero debía atender el llamado de esa voz tan mía que nunca me ha fallado, aun cuando los silencios parecen imponerse para dejarme avergonzado de mí mismo. “¿Y qué te parece si mejor te miento sobre mi estado amoroso?", le dije, mientras la miraba fijamente a los ojos. “Podría decirte que estuve con alguien sin nunca haberlo estado o que estuve casado por algunos años sin haber tenido ninguna pareja. Al final, sería lo mismo: tu tendrás tu gran mentira y yo tendré también la mía”. No recuerdo exactamente lo que susurro en ese momento antes de regresar nueva vez al pasillo donde la encontré, Solo vi que encogió los hombros y entonces decidió cambiar su refresco grande por uno más pequeño.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me parto de risa... que bien te quedo este post.
¿Como nos comunicamos mejor?

Kenso dijo...

Bueno podria empezar por dejarme ver tu blog jejeje